
En 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 48/104 para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que define este tipo de violencia como «todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento fÃsico, sexual o psicológico para la mujer, asà como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada».
Una de cada tres mujeres en el mundo sufre violencia sexual, fÃsica o psicológica, en su mayorÃa, por parte de su pareja. La violencia contra mujeres y niñas es una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo actual, sobre la que apenas se informa debido a la impunidad de la cual disfrutan los perpetradores, y el silencio, la estigmatización y la vergüenza que sufren las vÃctimas.
Desde que se desató el brote de laCOVID-19, los nuevos datos e informes que presentan quienes están en primera lÃnea revelan que se ha intensificado todo tipo de violencia contra las mujeres y las niñas, sobre todo, la violencia en el hogar.
Es la pandemia en la sombra que crece en medio de la crisis de la COVID-19 y necesitamos un esfuerzo colectivo general para detenerla. Dado que los casos de COVID-19 siguen sobrecargando los servicios de salud, los servicios esenciales –como los refugios y las lÃneas de atención en los que se atiende a quienes padecen violencia en el hogar– han alcanzado el lÃmite de su capacidad. Es preciso redoblar las acciones para que enfrentar la violencia contra las mujeres pase a ser una prioridad en las medidas de recuperación y respuesta a la COVID-19.
En este sentido, sobre todas las personas recae una cuota de responsabilidad.